En términos de la OMS, la leishmaniasis es una enfermedad olvidada. Es decir, contra ella no existen vacunas ni tratamientos preventivos y los paliativos resultan altamente tóxicos. La razón principal que explica su inclusión en este grupo de dolencias es que no resulta de interés de las farmacéuticas por encontrarse asociada a la pobreza y al tercer mundo. En Colombia, debido al conflicto armado y la guerrilla, todavía la problemática ha tomado carices más graves, ya que gran cantidad de la población de áreas altamente infectadas ha sufrido desplazamientos e inevitablemente los contagiados llevan consigo en muchas ocasiones el estigma del guerrillero, con la desconfianza y los impedimentos sociales que ello acarrea. Por si no fuera suficiente, la descontrolada deforestación de las selvas ha provocado que el hábitat natural de la Lutzomya se vea invadido y por tanto que se esté produciendo un mayor contacto de ésta con el hombre difuminándose cada vez más las barreras entre ambos.
El ciclo de transmisión de la leishmaniasis es eminentemente selvático, por lo cual la población más afectada es aquella residente en las zonas rurales. A través de la picadura Lutzomya, un pequeño mosquito perteneciente a la familia de los Phlebotomus quien habita en los bosques tropicales y subtropicales del mundo, el parásito conocido como Leishmania es capaz de penetrar en las células epiteliales, algo que produce una respuesta autoinmune y provoca lesiones ulcerosas en la piel. Esta afección es lo que conocemos como leishmaniasis cutánea. Aunque existen otros dos tipos de leishmaniasis, véase mucosa y visceral, donde los parásitos son capaces de migrar sea a las mucosas que a las vísceras (causando serios daños en este último supuesto e incluso la muerte), la mayoría de las veces la enfermedad se desarrolla por la vía cutánea. Las heridas pueden permanecer activas meses o años y aun cuando se curan y cierran, las cicatrices permanecen el resto de la vida dejando siempre un recuerdo imborrable en el paciente.
Colombia es el segundo país en número de casos leishmaniasis cutánea en el continente americano tras Brasil, contando con una población mucho más reducida que él. Además, todos los departamentos colombianos son endémicos exceptuando San Andrés y Providencia, lo cual, unido al alto número de casos anuales, convierte a la enfermedad en un problema de salud pública.
Desde hace más de 70 años se emplea el tratamiento actual a base de sales de antimonio que debe ser aplicado a través de inyecciones intramusculares, intralesionales o intravenosas durante 20 a 28 días en dosis altas, (para un adulto de 4 cm a 5 cm cada día). Produce efectos secundarios que afectan el funcionamiento renal, hepático, cardíaco y puede producir la muerte lo que hace que los pacientes, muchas veces, abandonen el tratamiento. Resulta inaceptable, desde el punto de vista ético, que un paciente muera por recibir un tratamiento altamente tóxico para una enfermedad que en realidad no causa la muerte.
Visto el desesperanzador escenario, la OMS ha hecho un llamamiento mundial a los investigadores y a las multinacionales para crear alternativas terapéuticas contra la dolencia. En el PECET de la Universidad de Antioquia ya hace más de 20 años que trabajamos en ello, evaluando compuestos de plantas utilizadas ancestralmente por los indígenas y desarrollando ensayos clínicos, utilizando métodos computacionales de bioinformática para lograr hallar nuevos compuestos e igualmente desentrañar segundos usos de medicamentos que pudieran registrar actividad antileishmania.
Sin embargo, Colombia ha sido siempre muy pobre en el campo del desarrollo de medicamentos, pues según afirman los químicos farmacéuticos, no existe ninguno que haya sido desarrollado totalmente en el país y las farmacéuticas colombianas solo se han limitado a fabricar o ensamblar lo que se desarrolla en otros países. Bajo la tutela del DNDi, una ONG internacional para búsqueda de enfermedades olvidadas, el país busca cambiar su sino gracias a Anfoleish, una crema contra leishmaniasis cutánea desarrollada conjuntamente entre el PECET y una industria farmacéutica local de Medellín, llamada Humax Pharmaceutical. El impacto de esta innovación es que Anfoleish constituiría una alternativa de tratamiento no toxica, económica, indolora, sin efectos secundarios, con una vía de aplicación aceptable y segura para los pacientes.
La investigación se inició con la decisión de buscar un tratamiento que fuera oral o tópico en oposición al tratamiento inyectable que suministra el Ministerio de Salud. Para ello se comenzó la búsqueda de una formulación de un compuesto que tuviera actividad contra Leishmania, de bajo costo, de fácil aplicación y mucho más segura para los pacientes. Se sabía que la anfotericina, un medicamento conocido para tratar hongos, poseía cierta actividad leishmanicida, así que se demostró que aplicada vía intravenosa curaba la leishmaniasis visceral; lograba penetrar la piel y matar los parásitos de Leishmania que están en la dermis. Se constató entonces que la Anfotericina B mataba el parásito Leishmania. Con ella se hizo una formulación que combinando diferentes dosis de Anfotericina B demostraron que in vitro e in vivo era segura y efectiva. De esta manera, se desarrolló una formulación especial con Anfotericina B al 3% a la que se le dio el nombre de Anfoleish, teniendo cuidado que esta nueva formulación permitiera la absorción de la Anfotericina B por piel y que llegara hasta la dermis más profunda, el sitio donde se localizan los parásitos causantes de la enfermedad. Se obtuvo así una formulación consistente en una emulsión de aceite en agua, es decir, una crema, muy suave para la piel (no irritante, no corrosiva), fácil de untar, agradable al tacto y por lo tanto de gran aceptación por parte de los pacientes.
Después de superar las pruebas físico-químicas de estabilidad y microbiológicas, cumplir los requisitos farmacéuticos y pasar las pruebas de laboratorio que determinaron su perfil toxicológico y tóxico-cinético, siempre siguiendo las estandarizaciones internacionales, se procedió con la fase de ensayos clínicos propiamente, en la que hoy en día el PECET se halla inmerso.
Porque antes de que la crema salga al mercado, es necesario cumplir con todos los requisitos internacionales en cuanto a evaluaciones clínicas en humanos y seguir una serie de metodologías específicas, muy estrictas y costosas. El propósito del PECET es hacer todas estas evaluaciones en pacientes de Colombia y otros países del viejo mundo para mostrar la eficacia del nuevo tratamiento y mostrar al mundo las ventajas que tiene al ser muchísimo más económico, no presentar efectos secundarios ni tóxicos, y las posibilidades de que esté al alcance de todos, en sitios donde se da la transmisión de la enfermedad.
Sea como sea, Anfoleish se perfila como una alternativa innovadora para el tratamiento de la leishmaniasis cutánea. Actualmente y tras el éxito de las fases preclínicas, se ha probado en 30 pacientes y ha demostrado ser seguro y eficaz. Además, fue reconocida por el DNDi (Drugs for Negleted Diseases Initiative) como el medicamento más innovador de los existen actualmente en el mundo.